La ciencia moderna, la ciencia de
hoy en día, abarca un sinnúmero de áreas o disciplinas aparentemente distintas
entre sí. Por un lado tenemos a las llamadas ciencias duras: la física, la química,
la biología y las matemáticas, aunque esta última haya sido considerada como de
distinta naturaleza con respecto de las tres primeras. Por otro tenemos a las
ciencias humanas, de las cuáles se dice que son especulativas, alejadas de la
experimentación, carentes de la generalidad y la cohesión que se espera de las
disciplinas científicas –por esta razón se les ha llamado, en contraste con las
primeras, ciencias blandas. La filosofía de la ciencia ha tratado tanto de las
ciencias duras como de las ciencias blandas, pero el grueso de la investigación
se ha concentrado en las primeras, sobre todo en la física, considerada por los
filósofos como modelo o paradigma de la ciencia experimental. No quisiera
discutir aquí todavía la cuestión de si las ciencias sociales representan un saber
o conocimiento de naturaleza diferente al de las ciencias duras, lo cual nos
llevaría a discutir qué tan justo es comparar a las ciencias sociales con las
ciencias duras para luego darles el calificativo de blandas. Por ahora sólo me
interesa decir que, al menos programáticamente, la filosofía de la ciencia
tiene entre sus objetos de estudio también a las llamadas ciencias sociales,
aunque los estudios sobre ellas por los filósofos de la ciencia no sean tan
abundantes como los estudios sobre las otras.
¿Son la astrología, la
quiromancia, las creencias que llamamos supersticiosas, las cosmovisiones
autóctonas objeto de estudio de la filosofía de la ciencia? Lo son sólo en la
medida en que la filosofía de la ciencia intenta trazar la diferencia entre lo
que es científico y lo que no, pero no más allá de eso. Qué cosa es ciencia y
qué cosa no, por supuesto, es uno de los problemas de la filosofía de la
ciencia. Sin embargo, inicialmente ella da por sobreentendido el concepto de
ciencia. Asume que la física, las matemáticas y otras disciplinas recogen el
saber científico y luego se dedica a reflexionar sobre distintos aspectos de
ellas. Entonces aparecen cuestiones generales, cuestiones que tienen que ver
con características comunes a todas las ciencias. ¿Qué tienen en común la
física, la química, la biología y las matemáticas? ¿Qué tienen en común la
forma en que Galileo echa por tierra la teoría aristotélica de la relación peso-aceleración
y la forma en que Pasteur refuta la teoría de la generación espontánea? ¿Qué
tienen en común la forma en que se elabora la teoría de las órbitas elípticas
de los planetas y la forma en que se llega a la estructura interna del átomo? Cuando
la filosofía de la ciencia empieza a transitar ese camino, al final termina con
problemas sobre el método científico, sobre la formulación de hipótesis, sobre
la medición, la matematización, sobre la explicación, la predicción y la
experimentación científica, sobre la relación entre las teorías y el mundo,
sobre la inducción y la deducción, sobre las comunidades científicas, sobre el
papel de los prejuicios en la elaboración de las teorías, etc.
Pero la filosofía de la ciencia
puede ser más específica. Puede concentrarse en una sola disciplina. ¿Cómo se
determina la verdad en el saber matemático? ¿Qué diferencias puede haber entre
el infinito actual y el infinito potencial? ¿Debemos entender los números como
clases, funciones o como construcciones a partir de intuiciones básicas como
creía Brower? Esos son problemas específicos de una rama de la filosofía de la
ciencia, la filosofía de las matemáticas. Y lo mismo puede hacerse con cada
ciencia dura, de manera que podemos encontrar filosofía de la física, de la
química, de la biología, etc. Y la especialización también nos lleva a la
comparación entre disciplinas, surgiendo así problemas sobre si algunas
ciencias son reducibles a otras, si ciertas teorías pueden extrapolarse a otros
campos del saber o al menos ofrecernos una guía sobre cómo deberían ser las
teorías en esos otros campos, en fin. Es así como surgen problemas sobre si la
química es reducible a la física o si los modelos probabilísticos de la física
quántica pueden aplicarse a la predicción de comportamientos humanos o sociales
o si existe una diferencia de naturaleza o de grado entre las matemáticas y
otras disciplinas. Así, pues, se
completan los distintos campos de estudio dentro de la filosofía de la ciencia.
Podemos, pues, dar ya una vaga
definición de filosofía de la ciencia. Ella estudia el saber científico su
naturaleza, su estructura, su función, su relación con el mundo, su importancia,
pero también los procedimientos, las historias de descubrimiento o invención
que dan origen a dicho conocimiento, las comunidades científicas y las formas
en que estas se comportan y relacionan con su entorno. Esto lo hace ya sea en
un plano general, ya sea en un plano específico, muchas veces comparando y
distinguiendo y otras extrapolando. Como se puede ver, el tema de estudio de la
filosofía de la ciencia es vastísimo, pero aun así, ella es tan sólo una rama
de la filosofía en general. Si pudiera decidir, diría que es una rama de otras
ramas, si es que tiene algo de sentido la división interna que se suele hacer
dentro de la filosofía.
Suele surgir, entre los que se
acercan a la filosofía de la ciencia, una preocupación sobre la utilidad. ¿Para
qué sirve la filosofía de la ciencia? ¿Para qué estudiarla? Suponiendo que no
sean preguntas retóricas surgidas de la pereza o del escaso gusto que pueda
tenerse por la filosofía, deberíamos recordar que la utilidad muchas veces es
cuestión de creatividad. Hacernos conscientes de aspectos del conocimiento
científico puede volvernos más tolerantes frente a creencias que consideramos
supersticiosas, aunque a algunos los vuelve todavía más sectarios. Quizás pueda
mejorar el desempeño de los científicos al hacerlos conscientes de los
vericuetos del conocimiento científico, aunque para algunos de ellos sea confundente y
los distraiga de los objetivos. Sin embargo, la mayoría de los que hacen filosofía
de la ciencia no lo hacen por la utilidad que ella pueda tener, ni están
preocupados en hallarle aplicaciones. Lo
hacen porque les gusta ver y comprender, porque les gusta tener claridad sobre
esos asuntos. Les intriga el conocimiento científico, disfrutan con sus
fórmulas, con sus historias heroicas, con sus descubrimientos y aplicaciones.
Quieren saber por qué el conocimiento científico funciona, si es el único saber
o si hay otras formas de saber, si estamos legitimados al considerarlo un tipo
de saber superior y en qué sentido, si hay alguna posibilidad de objetividad en
el conocimiento, si es posible una “ciencia dura” para el ser humano y su
sociedad. Esas cuestiones les preocupan y son el motor del avance de la
filosofía de la ciencia.