El problema del significado: recuento
histórico
El significado, cuando se entiende
como una propiedad de las expresiones o palabras, constituye un problema
filosófico de vieja data. Son preguntas básicas relativas al significado: ¿en
qué consiste el significado de una expresión? O ¿de qué modo una expresión
adquiere significado? No son preguntas relativas al significado de esta o
aquella expresión; las preguntas filosóficas sobre el significado no son
preguntas sobre el significado de la palabra “perro” o el significado de la
palabra “rojo.” No se pregunta en qué consiste o cuál es, si es que hay alguno,
el significado de esas expresiones, sino, en qué consiste, en general, el
significado de las expresiones. Por expresión, en el campo lingüístico, se
puede entender, sin embargo, muchas cosas. Una palabra, una sucesión de
palabras, una oración, un conjunto de oraciones son todas expresiones.
En las primeras reflexiones
filosóficas se tomó como expresión básica del análisis semántico a la palabra.
Así, pues, se preguntaban los filósofos en qué consistía el significado de una
palabra, cómo llegaba una palabra a adquirir significado. En estas primeras
reflexiones no se trataba de todos los tipos de palabras, solamente se hacía
énfasis en adjetivos, sustantivos y verbos, ignorándose la función de las
demás. Desde Aristóteles hasta bien entrado el siglo XIX este modelo fue el
imperante. Varias teorías se erigieron con base en ese modelo. La teoría referencial pura afirmaba que el
significado de una palabra era aquello a lo que ella hacía referencia o aquello
que ella representaba (estando implicada en su primera formulación una cierta
forma de realismo, pues las cosas a las que hacen referencia las palabras son
cosas con existencia independiente de la mente). Otras teorías afirmaban que el
significado de una palabra no era más que el concepto o la idea que ella
expresaba. La palabra, así, podía referirse a los objetos porque ellos
compartían un rasgo o serie de rasgos comunes; un concepto (o una idea) o
bien era un rasgo o bien estaba constituido de varios rasgos. Los rasgos
implicados o recogidos en el concepto o idea (cuando eran varios) indicaban
cuándo debía aplicarse un término a un objeto, soliendo ser expresados en una
definición por comprensión; de ahí que esta última actividad haya sido tan
básica en las primeras épocas de la filosofía.
Con el surgimiento del empirismo los
objetos a los cuáles hacían referencia las palabras dejaron de concebirse como
objetos de existencia independiente de la mente, poseedores de masa, para ser considerados colecciones de datos sensoriales. En esta teoría, entonces, las
palabras se refieren a datos sensoriales o a complejos de datos sensoriales, y
algunos empiristas, partidarios de la teoría referencial pura, consideraron que
el significado de una palabra era el dato sensorial o el conjunto de datos
sensoriales al cual ella se refería. Otros empiristas, sin embargo, adoptaron
el conceptualismo, puesto que también los datos sensoriales tienen aspectos
comunes. En efecto, cuando en un campo visual aparecen distintas tonalidades de
rojo resulta que cada una de esas tonalidades es un dato sensorial que, sin
embargo, comparte con todos los demás el rasgo de ser rojo. Además, si ahora
veo una mancha roja y luego veo otra de la misma tonalidad diré que son manchas
distintas pero que tienen el mismo color, que comparten el rasgo de lo rojo.
Así, pues, el conceptualismo, mas no el idealismo (en sentido platónico), sobrevive en el empirismo,
pues las palabras pueden referirse a datos sensoriales mediante los conceptos
de esos mismos datos, siendo la palabra expresión de esos conceptos.
El modelo de significado que tomaba a
la palabra como lo básico o fundamental y a la referencia como su significado
(en adelante: modelo palabra-referencia), sin embargo, presentaba varias
dificultades. Por un lado, no daba cuenta del significado de palabras no
referenciales como: “y”, “si”, “no”, “todo,” “un,” etc.; por otro lado, parecía
ir en contra del sentido común, pues parece evidente que hay palabras
(sustantivos, adjetivos, verbos) que no tienen referencia y, sin embargo,
tienen significado. Cuando el modelo palabra-referencia intentó hacer frente a
la primera dificultad se enfrascó en explicaciones enredadas, rebuscadas y poco
convincentes. El segundo problema, sin embargo, pudo resolverlo distinguiendo
entre palabras que tienen significado porque tienen referencia y palabras que
tienen significado porque son abreviaciones de palabras que juntas no tienen
referencia, pero por si solas sí. Por ejemplo, la palabra “caballo” tiene
referencia, por lo tanto, tiene significado; la palabra “unicornio” no tiene
referencia y, por lo tanto, no debería tener significado. Sin embargo, la
palabra “unicornio” es una abreviatura de la sucesión de palabras “caballo con
un cuerno” Si bien la combinación de esas expresiones no tiene referencia (no
hay caballos que tengan un cuerno), tiene significado porque sus componentes
“caballo” y “cuerno” sí tienen referencia por si solas. Por lo tanto,
“unicornio” tiene significado porque es la abreviatura de una combinación de
palabras que por sí solas tienen referencia. Esta solución es aceptable con
ciertas restricciones, por supuesto, pero en líneas generales, expresa la idea
general de la solución que dio el modelo palabra-referencia al problema
anotado. Dicho modelo, sin embargo, como veremos más adelante, daba lugar a
paradojas insalvables que llevarían al descubrimiento de un nuevo componente en
el significado de las palabras, a saber: el sentido de las expresiones.
La distinción
sentido-referencia
Unos de los primeros que intuyó que
debía darse el paso del modelo de palabra al modelo de oración fue Jeremías
Bentham, precursor de la definición contextual. En su opinión, las palabras
debían definirse en su contexto sustituyendo sinónimos por sinónimos. Esta
estrategia tenía dos ventajas: por un lado, podía dar cuenta del significado de
algunas expresiones no referenciales; por otro lado, se podía emplear no sólo
para palabras sino para expresiones más largas e incluso para oraciones
completas.
Fue, sin embargo, el lógico Gottlob
Frege el que dio el paso más importante en la asunción de la oración como
expresión básica en el análisis del significado. En sus reflexiones muestra
cómo mediante la definición contextual puede explicarse mejor el significado de
palabras no referenciales como “Y”, “O”, “NO”, etc.; además, Frege pudo
resolver las paradojas a que daba lugar la teoría referencial pura, al
introducir la distinción entre sentido y referencia de una expresión. Para
comprender cómo llega a ese descubrimiento, expongamos primero dichas
paradojas.
Las rectas A-B y C-D se cortan en un
determinado punto. Podemos referirnos a ese punto mediante las expresiones: “el
punto medio entre A y B” o “el punto medio entre C y D” Ambas expresiones se
refieren al mismo punto. Ahora bien, suponiendo que el significado de una
expresión es su referencia, entonces, las dos siguientes oraciones deberían
tener el mismo significado:
1. “el punto que está entre A-B es de
color blanco”
2. “el punto que está entre C-D es de
color blanco”
Esto es así porque si el significado
de una expresión es su referencia, entonces, al tener las expresiones “el punto
medio entre A y B” y “el punto medio entre C y D” la misma referencia, las
oraciones 1 y 2 deberían tener el mismo significado. Sin embargo, es evidente
que las oraciones 1 y 2 no tienen el mismo significado (pues no es lo mismo la
recta A-B que la recta C-D) y, si esto es así, entonces la oración 1 y la
oración 2 no tienen la misma referencia, pues el significado es la referencia.
Así llegamos a la conclusión de que 1 y 2 tienen la misma y distinta
referencia, lo cual es una abierta contradicción, una paradoja.
La solución a esta paradoja es, o bien
abandonar la idea de que el significado es la referencia o bien, mantener la
referencia como uno de los componentes del significado, pero no el único. Esta
será la vía tomada por Frege. Según él, los enunciados 1 y 2 se refieren a lo
mismo, empero, las diferencias que hay entre ambos enunciados corresponden no a
sus referencias sino a sus sentidos. Mejor dicho, aunque 1 y 2 se refieren al
mismo punto, lo hacen de formas o maneras diferentes y de ahí que para nosotros
tengan distinto significado pese a tener la misma referencia. Así, pues, Frege
divide el significado de las expresiones en dos componentes: el sentido y la referencia.
Esta distinción también le ayuda a
explicar diferencias entre enunciados como los siguientes:
3) el lucero vespertino = el lucero
vespertino
4) el lucero vespertino = el lucero
matutino
Si el significado es la referencia y 3
y 4 se refieren a lo mismo, entonces, 3 y 4 deberían tener el mismo valor
cognoscitivo. La oración 3 es una perogrullada, en realidad, no dice nada,
simplemente, que una cosa es igual a sí misma. Ahora bien, 4 debería también
ser una perogrullada si es que el significado es la referencia, pero a nosotros
no nos parece que 4 diga lo mismo que 3. Esto es así porque aunque las
expresiones “el lucero vespertino” y “el lucero matutino” se refieran a lo
mismo, al planeta Venus, no lo hacen de la misma forma, usan sentidos distintos
para referirse a la misma cosa. Por lo tanto, pese a que en 4 se afirma la
relación de Venus consigo mismo, la afirmación no nos resulta obvia o boba como sí sucede en 3, pues lo que se usa para referirse
a Venus es algo diferente. Frege expresa lo anterior diciendo que mientras 3 no
es informativa y su verdad no depende de los hechos, es analítica, 3 sí lo es y
su verdad sí depende de una investigación empírica (es sintética).
La distinción entre sentido y
referencia le permite a Frege explicar, a propósito de los nombres propios
carentes de referencia, cómo pueden tener significado. En efecto,
tradicionalmente se pensaba que el significado de un nombre como “Pedro” o “Sócrates”
era un objeto de la realidad, el objeto que llevaba ese nombre. Empero, se
presentaba un problema con nombres de ficción como “Pegaso” puesto que no había
nada en la realidad que correspondiera a dicho nombre. ¿Cómo podía, pues, un
nombre como “Pegaso” tener sentido si no se refiere a nada? Frege resuelve este
problema diciendo que pese a no tener referencia la palabra “Pegaso” tiene
significado y ese significado es su sentido. El sentido de “Pegaso” es el
sentido de una descripción o conjunto de descripciones que se le atribuirían a
Pegaso en caso de que existiera, por ejemplo: “el corcel que hizo surgir el
manantial del monte Helicol.” Por supuesto, no hay un caballo así, pero si
existiera, podríamos reconocerlo por las características incluidas en la
descripción. Frege generalizará este ejemplo a todos los nombres propios. Todo
nombre propio tiene sentido, aunque puede que no tenga referencia. El sentido
de un nombre como “Sócrates” puede ser “el filósofo griego que murió bebiendo
la cicuta.” Exista o no exista Sócrates, el nombre tiene significado porque
podemos comprender las descripciones mediante las cuáles podríamos reconocerlo
a él y sólo a él.
Frege hace extensiva la distinción
sentido-referencia no sólo a expresiones o términos singulares como los que
acabamos de ver “Pedro” “Pegaso” o “el punto medio entre A y B” sino también a
términos o expresiones generales y a los enunciados mismos. Frege no es muy
claro, y los intérpretes tampoco se ponen de acuerdo, en cuanto a cuál pueda
ser la referencia de los términos o expresiones generales; algunos consideran
que la referencia de dichas expresiones son los objetos a los cuáles ellas se
aplican; otros, en cambio, afirman que se trata de un objeto abstracto que
Frege a veces llama función y a veces
concepto. Por otro lado, el sentido
de un término general es el modo como dicho
término se refiere a sus objetos (algunos lógicos llamarían concepto a dicho sentido) o sea, un
conjunto de características que tendrían todos los objetos a los que se aplica
el término general y sólo ellos.
En el caso de los enunciados la cosa
es un poco más extraña: la referencia de los enunciados son: lo verdadero o lo
falso. Por ejemplo “García Márquez escribió La vorágine” se refiere a lo falso,
mientras que “García Márquez escribió El Otoño del Patriarca” se refiere a lo
verdadero. Finalmente, para Frege el sentido de un enunciado, el modo en que
uno se refiere a lo verdadero o lo falso, es lo que él llama el
pensamiento y que todos los demás filósofos llaman la proposición.
La teoría fregeana de que los
enunciados se refieren a lo verdadero o a lo falso tiene una dificultad que se
presenta en el caso de las descripciones o nombres propios que no tienen
referencia. Veamos esto con cuidado. El enunciado “Gabo escribió la vorágine”
se refiere a lo falso, porque hay un individuo al que se refiere la palabra
“Gabo” y lo que se predica de ese individuo es incorrecto; en cambio, el
enunciado “Gabo escribió El Otoño del Patriarca” se refiere a lo verdadero
porque hay un individuo al que se refiere la palabra “Gabo” y lo que se dice de
él es correcto. Ambos enunciados exigen la existencia de Gabo para determinar si
se refieren a lo verdadero o a lo falso. Pero ¿qué sucede con enunciados como
“Pegaso tiene alas”? Por supuesto, el enunciado tiene sentido, pues cada uno de
sus componentes tiene sentido. Empero, la palabra “Pegaso” pese a tener sentido
no tiene referencia. No hay individuo alguno con el nombre “Pegaso” respecto
del cual podamos ver si es correcto o no si tiene o no tiene alas. La solución
de Frege para este caso es que el enunciado “Pegaso tiene alas” no se refiere
ni a lo verdadero ni a lo falso.
Frege
también hizo otras distinciones importantes. Por ejemplo, la distinción entre
cita directa y cita indirecta. En una cita directa, las palabras refieren a
otras palabras, de ahí que cuando uno cita autores tiene que escribir
exactamente las mismas palabras que ellos usaron. En una cita indirecta las
palabras se refieren al sentido de lo que se dijo y no a las palabras. Por eso
en una cita indirecta lo importante es que lo que uno diga sea lo que el autor
se propuso decir. Así, pues, la referencia de las palabras puede variar según
los contextos, a veces su referencia son otras palabras a veces su referencia
son los sentidos de las palabras y a veces son objetos, hechos o
acontecimientos reales.
El pensamiento según Frege
Para
nosotros la palabra pensamiento es sinónimo de idea, ocurrencia, cuando la
usamos en oraciones como “tengo un pensamiento”; también es sinónimo de “mente”,
como cuando hablamos del “pensamiento humano.” La expresión “pensar” significa
para nosotros diversos tipos de actividades mentales tales como recordar,
percibir, imaginar, analizar, resolver problemas, etc. Para Frege, sin embargo,
la palabra pensamiento no hace referencia a nada de lo anterior. El pensamiento
es el sentido de los enunciados, o sea, de las oraciones que se refieren a lo
verdadero o lo falso. Pero ¿qué es ese pensamiento?
Frege
intenta ilustrarnos qué es el pensamiento mediante las siguientes distinciones.
Para Frege hay hechos, objetos, acontecimientos externos a la mente, que tienen
existencia independiente de ella y pueden ser percibidos por varias personas a
la vez (son de acceso público). Por otro lado están las representaciones:
sensaciones, recuerdos, imaginaciones, emociones, etc., que pertenecen al mundo
interno, son privadas, no pueden verse ni tocarse simplemente son vividas o
experimentadas por la mente. Empero, hay para Frege otra clase de objetos, lo
que él llama pensamientos. Estos
pensamientos no pueden ser percibidos, vistos, olidos o tocados. No son
acontecimientos del mundo externo. Por otro lado, no son representaciones, no
son privados, son comunicables y pueden ser captados por medio de la mente. A
ese mundo del pensamiento pertenecen también los sentidos de los términos
singulares y generales. Pero ¿qué son esos pensamientos? Si leemos con atención
las siguientes tres oraciones:
a) Juan
come papas
b) ¿Juan
come papas?
c) ¡Juan
come papas!
Nos
daremos cuenta de que pese a usar las mismas palabras y ponerlas en el mismo
orden, las tres son diferentes. El aspecto que tienen en común es lo que los
lingüistas llaman el contenido. En
todas ellas se da la relación Comer de
Juan hacia las papas. En la primera oración se afirma que dicha relación se
da; en la segunda se pregunta si se da; en la tercera se presupone que se da y
se la muestra como causante de la sorpresa. El contenido es el mismo: la
relación Comer que se da entre Juan y las Papas, empero, sólo en el primer caso ese contenido recibe, en
Frege, el nombre de pensamiento. El
pensamiento es el contenido de un enunciado.
Lo
mismo sucede con las siguientes dos oraciones:
a)
El gobernador se robó parte de la plata de las regalías
b) El
gobernador sacó un porcentaje del dinero por concepto de regalías
Ambas
oraciones dicen lo mismo, expresan el mismo pensamiento, aunque el tinte
emotivo de la primera sea distinto del de la segunda. De ahí que Frege diga que
en las oraciones afirmativas (enunciados) deban distinguirse tres componentes:
i) la fuerza (asertiva, interrogativa, expresiva) ii) el componente emotivo y
iii) el contenido (el pensamiento o la proposición).