lunes, 25 de septiembre de 2023

Vida, eterna vida

No hay uno, sino muchos universos. Y en algunos de ellos, la vida constituye un capítulo recurrente. Por vida entendemos aquí: los miembros de cualquier especie que cumplen con nacer, consumir energía, reproducirse y morir. Las especies evolucionan, migran, algunas se extinguen, otras perduran, modifican sus entornos. Normalmente, se desarrollan en un planeta. Su ciclo evolutivo, desde la especie primigenia hasta las más recientes, puede concluir sin salir de él. No obstante, hay especies que trascienden. Podría ser que una forma de vida avanzada desarrolle tecnología para desplazarse de un lugar del universo a otro e incluso, ¿por qué no?, entre universos diferentes.

Desde esta perspectiva, la vida ha sido una constante y lo seguirá siendo. No queremos decir con esto que una especie en particular perdure eternamente o que toda vida provenga de un solo punto a partir del cual se ha extendido y diversificado sin pausa. Lo que queremos decir, más bien, es que la vida emerge aquí y allá, desaparece en un sitio, para brotar en otro, replicando su ciclo discontinuamente. Sí, podrían existir intervalos sin vida, pero eventualmente reaparecerá. Sí, podría acabarse en este universo, pero en otro surgirá. Es a esto a lo que nos referimos al decir que siempre ha existido vida y siempre existirá

La vida puede surgir de distintas configuraciones físicas; es una consecuencia de las leyes naturales, que carece de propósito ulterior. Su presencia es ínfima en contraste con la vastedad del cosmos; efímera comparada con la eternidad. Con todo, la perpetuación es un imperativo vital que se manifiesta en la supervivencia individual, la reproducción o la transferencia de información. Para lograrla, los organismos vienen dotados de habilidades únicas que les permiten la búsqueda y obtención de energía, así como la prevención y eliminación de las amenazas. Algunos alcanzan el objetivo de forma muy simple, otros adoptan formas más complejas, pudiendo llegar a tener mente o consciencia. 

La mente hace posible el conocimiento. El alcance, la profundidad y la potencia de ella depende no sólo de la configuración física de la que surja, sino también de los procesos históricos en que se haya desarrollado. Así, hay especies que sólo pueden conocer una parte muy estrecha de su entorno, con una consciencia del pasado y del futuro bastante limitada, mientras que otras pueden llegar al conocimiento total y dedicarse por completo a la aplicación y la innovación. Este se ha logrado y perdido una y otra vez a lo largo de la historia de los universos. De ahí que digamos: conocemos lo que otros ya conocieron, lo que otros conocerán. En cambio, las tecnologías que pueden crearse con ese conocimiento divergen de una especie a otra, aunque funcionalmente puedan tener semejanzas.  

Los organismos que buscan conocimiento y crean tecnología lo hacen por su utilidad en la supervivencia. Sin embargo, cuando esta está asegurada, algunos lo hacen por el mero gusto o placer convirtiéndose esto en su razón para mantener su vida, dándose así el mencionado círculo: conocer y crear para pervivir, pervivir para conocer y crear. Tenemos así, varios ciclos entrelazados que involucran la vida, sus imperativos, el saber y la tecnología. La vida viene y va. Las especies capaces de conocer y crear vienen y van. El conocimiento total y sus diversas aplicaciones vienen y van. Y en esos ires y venires de largo plazo, la vida, y todo lo que ella implica, se hace eterna.

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