La creencia en la inmortalidad del alma es común a casi todas las culturas en casi todas las épocas. En nuestra sociedad suele ir asociada a historias de fantasmas, posesión y reencarnación. También hay emociones involucradas en ella, pues cuando un familiar querido fallece, nos aferramos a la idea de que algo de él sobrevive en alguna parte. Esta creencia, sin embargo, ha sido puesta en cuestión varias veces a lo largo de la historia. Desde Aristóteles, hasta la moderna ciencia, hay decenas de argumentos que niegan la separabilidad del alma con respecto al cuerpo y con ello también su correspondiente inmortalidad. En este ensayo se defenderá la idea de que pese a lo arraigada y querida que pueda ser dicha creencia, hay más y mejores razones para creer que el alma es mortal. Empecemos aclarando primero qué es el alma, para luego proceder a la formulación y el examen de los argumentos que se han dado de parte y parte.
La palabra “alma” tiene diversos significados, pero de todos ellos hay al menos dos que son relevantes para el tema en cuestión: el alma como energía vital y el alma como mente. Veámoslas a continuación.
El alma como energía vital. Algunas filosofías y religiones han considerado al alma como una especie de energía. Se trata de una energía distinta de las conocidas por la actual física, que daría vida a las cosas, entraría en cuerpos con diversas configuraciones y dependiendo de eso, el cuerpo sería capaz de nutrirse, crecer, percibir, moverse por sí mismo, pensar o razonar. Volveremos más adelante con la discusión sobre si existe este tipo de energía.
El alma como mente. Hay, por lo menos cuatro rasgos que se cree que son definitorios de la mente y de sus procesos o eventos. El primero es que la mente no es algo físico; los eventos mentales no ocupan un lugar en el espacio, no interactúan con la gravedad ni con la luz, no tienen masa, ni peso y por eso mismo no pueden ser estudiados como lo hacemos con los objetos corrientes. El segundo rasgo es el de la privacidad: cada persona puede acceder a sus propios estados mentales, pero no a los de los demás. El tercero es el de que la mente está constituida por facultades y sus contenidos. Algunos filósofos han llamado a este rasgo “intencionalidad” pues las facultades se ejercen siempre sobre algo: percibo algo, amo algo, recuerdo algo, imagino algo. Finalmente, la mente tiene siempre un poseedor; no decimos simplemente: hay un recuerdo de la manzana, sino que decimos que ese recuerdo pertenece a alguien: a María o a Juan. La mente, pues, es una entidad constituida de facultades cuyos eventos o procesos son inmateriales, privados, intencionales y tienen poseedor (están referidos a alguien).
Relación de la mente con el cuerpo. Ahora bien, hay dos formas de concebir esta mente en relación con el cuerpo. O bien es una consecuencia de los procesos físicos, químicos y eléctricos que se dan en el cuerpo o bien es independiente. En este caso, estaríamos forzados a aceptar que la mente es, además, algún tipo de energía. Esta última forma de entender el alma es la que parece estar implicada en las creencias de fantasmas, espíritus, posesiones y reencarnaciones. Un fantasma o espíritu, por ejemplo, sería una mente que tendría la capacidad de producir ciertos eventos físicos: producir sonidos, mover objetos, cambiar la temperatura ambiente, mostrarse como cuerpo traslúcido o fluorescente. La posesión sería el acto mediante el cual una mente ingresa en un cuerpo distinto y se apodera de sus funciones (esto explicaría algunos comportamientos extraños en humanos y animales). La reencarnación, por su parte, sería el paso de la mente de un cuerpo que muere, a uno que nace y así sucesivamente. Esta mente desencarnada, sin cuerpo, puede estar en otro mundo o dimensión o quedarse vagando en este o ir alternativamente de un mundo a otro según diversas religiones y creencias populares.
La existencia del alma.
Estos son, pues, los significados de “alma” relevantes para determinar su inmortalidad. Sin embargo, que entendamos el significado no indica que existan las almas. Podemos entender lo que es un unicornio, un centauro, un ángel o un cocodrilo alado, lo cual no significa que existan. ¿Hay alguna razón para creer en la existencia de energías vitales o mentes desencarnadas?
Empecemos con la energía vital. Si es algo físico debería poderse observar intersubjetivamente y medirse y calcularse. Si no lo es, debería en todo caso manifestarse de alguna forma. Los científicos de hoy no necesitan proponer una energía especial para explicar el hecho de la vida. Lo hacen a partir de objetos físicos observables e inobservables, por lo que no parece que sea una energía de tipo físico. Parece, entonces, que se trata de una energía no física que debería manifestarse en el mundo físico para que podamos saber de su existencia. Podríamos decir que los movimientos de los seres vivos, que crezcan, que se reproduzcan que tengan comportamientos son la manifestación de esa energía inmaterial. En ese caso, tendríamos dos teorías, una que dice: la vida es producto de las interacciones de objetos físicos y nada más y otra que dice que hay algo más y que ese algo más es la energía vital. Esta teoría, sin embargo, parece innecesaria toda vez que la primera explica todo lo que se debe explicar con elementos físicos solamente. La energía vital parece sobrar. Además, proponerla genera más problemas de los que resuelve.
Pasemos
ahora a evaluar la mente. ¿Qué tipo de existencia es esta mente? No es del tipo
físico, como ya lo vimos. Sin embargo, si existe, ha de poderse manifestar de
alguna forma. Una es mediante la experiencia interna. Yo puedo “ver” lo que
imagino, puedo sentir mi alegría o mi tristeza, tengo una experiencia interna
de mi mente y esta experiencia no parece ser cuestionable. Tampoco puede
equipararse a los estados cerebrales o procesos fisicoquímicos de las neuronas,
no importa si concebimos a la mente como producto de esos procesos o como
desvinculada de ellos. Esos estados internos, esa experiencia interna, nos
lleva a decir que la mente existe.
¿Y qué hay de la mente de los demás? No tenemos una experiencia directa de las otras mentes. Si le atribuimos mente a otros organismos es porque tienen un comportamiento semejante al nuestro o una anatomía parecida, mas nunca porque tengamos una experiencia directa de sus propias mentes. Del mismo modo, si alguien muriera y se nos apareciera en la forma de un cuerpo traslucido o fluorescente, le atribuiríamos mente indirectamente. De los estados internos de la mente de ese espectro, en cambio, sólo sabría él mismo. Con todo, nuestra atribución de mente a otros organismos u objetos no es infalible. Podría ser que solo existiera una mente y que los demás fueran imitaciones de personas: androides o imágenes virtuales de seres humanos que parecieran tener mentes. Así, pues, podemos aceptar que existen las mentes, no tanto porque se manifiesten en la conducta de los demás, sino, principalmente, porque tenemos una experiencia interna de ella.
Supongamos ahora que alguien muere y su mente sobrevive sin que pueda manifestar su existencia. En este caso, la mente quedaría confinada, sin cuerpo ni posibilidad de comunicarse. Existiría, sí, pero solo ella lo sabría y nadie podría demostrarlo. Para que esto no ocurriera, tendría que hacerse presente causando algún tipo de evento físico que no podría explicarse. ¿Existen este tipo de acontecimientos? La gente cree que sí, basándose en lo que otros le cuentan y en sus propias experiencias. Aun así, no podemos dar fe de los testimonios de otros; podría ser que esas personas creyeran haber percibido mentes desencarnadas cuando en realidad se trataba de otra cosa. Por otro lado, cuando analizamos críticamente nuestras propias vivencias, encontramos que casi todo lo que creímos que era la manifestación física de una mente desencarnada era un evento común y corriente. El asunto se complica más cuando la ciencia intenta investigar si hay manifestaciones físicas de ese tipo. Hasta la fecha, todo lo que se ha tomado como tal, ha terminado siendo un evento físicamente explicable. ¿Cómo podríamos probar la existencia de ese tipo de mentes sin su manifestación en el mundo físico? ¿Cómo podríamos saber cómo piensa o qué siente si no se nos muestra?
Supongamos, por mor de la discusión, que ocurre un evento extraño, de esos que solemos atribuir a los fantasmas. Repentinamente baja la temperatura, los objetos empiezan a levitar y se escucha un lamento o una risa en un salón. Llegan los científicos con sus aparatos a investigar y al término de la investigación concluyen que no saben por qué bajó la temperatura, ni identificaron ningún objeto material que produjera esos movimientos y sonidos que literalmente surgieron de la nada. Esto sería lo más parecido a un fantasma: la manifestación física de una mente sin cuerpo. Pero no hay que cantar victoria. ¿Podría ser un extraterrestre con capa de invisibilidad jugándonos una broma? ¿Podría ser algún estado de la materia desconocido el causante de todo eso? Que haya eventos como los descritos no significa que existan esas mentes, podrían ser causados por otro tipo de eventos o entidades que no lo sean.
Intentémoslo por otro lado. Supongamos que esa mente que creíamos desencarnada en realidad sí tiene un cuerpo, siendo este cuerpo de algún tipo de materia o energía física que no conocemos. Esto significaría o bien que en estos momentos en cada uno de nosotros hay dos cuerpos hechos de dos materias distintas o significa que al morir nuestra alma pasa de un cuerpo a otro. ¿Cómo se explicaría esto? ¿Cómo podría demostrarse o probarse? Proponer un cuerpo de antimateria o de materia oscura o de cualquier otro tipo produce más problemas que los que resuelve. Es difícil hacer encajar una teoría así con lo que sabemos sobre el mundo físico.
En resumen, no hay pruebas de que haya mentes sin cuerpos. Con todo, suponiendo que las hubiera, surgirían varios problemas a los que sería difícil dar una respuesta bien argumentada: ¿dónde estaban esas mentes antes de relacionarse con los cuerpos?, ¿qué pasa con ellas una vez se separan de los cuerpos?, ¿a dónde van y qué hacen?, ¿tienen un origen esas mentes?, ¿cuál es ese origen?, ¿tienen un final esas mentes?, ¿cuál es el final? ¿cómo una mente inmaterial produce eventos físicos? ¿cómo los estados cerebrales, que son físicos, producen eventos en una mente inmaterial? Así, pues, no hay buenas razones para creer en la energía vital o en la mente sin cuerpo. El problema de la inmortalidad no se ha tocado aún. Sin embargo, por eliminación, ya parece que es más fácil aceptar que las almas emergen del cuerpo y que no sobreviven sin él.
Dependencia De La Mente Respecto Del Cuerpo
La mente podría continuar sin el cuerpo y, aun así, ser mortal. Podría vagar unos años por el mundo y luego desaparecer o pasar de un cuerpo a otro y, después de unas cuantas reencarnaciones, dejar de existir. Con todo, lo que comúnmente creemos es que la mente es inmortal. Debemos señalar que hay dos formas de entender esto. En una de ellas las mentes son eternas, no son creadas por nadie y jamás perecerán. En la otra, las almas tienen un origen. Ambos casos dan lugar a preguntas cuya solución no es fácil defender. Hay, en cambio, una respuesta más sencilla, a saber: que el alma emerge del cuerpo y muere con él. Veamos entonces, sobre la base de qué se sustenta esta teoría.
Hay abundantes razones para creer que el alma depende del cuerpo, más específicamente del sistema nervioso central. Empecemos por lo más básico: si afectamos la química de nuestro cerebro, afectamos con ello también nuestra experiencia mental. Si el alma fuera independiente del cuerpo, esto no debería ocurrir. Con todo, es bien sabido cómo los alucinógenos y los medicamentos psiquiátricos la afectan. Ocurre lo mismo con la anestesia general. Algo del alma debería mantenerse consciente si fuera independiente. Mas esto no es lo que ocurre, sino que pareciera que el alma se apagara: no sentimos, no percibimos, no imaginamos, ni recordamos nada. Es un lapso en el que parecemos no existir. ¿Cómo puede el alma, si no depende del cuerpo, ser afectada a tal punto si no es porque tiene una relación de dependencia con el cuerpo?
Pero si este argumento aún no es suficiente, tenemos ahora los casos en que una parte del cerebro se pierde o deja de funcionar, o en la que el cerebro se divide mediante cirugía, o en el que las personas comparten parte de su cerebro o en la que unos electrodos o chips se conectan al cerebro causando pensamientos o produciendo movimientos. Todos estos casos representan un desafío significativo para aquellos que creen que el alma no depende del cerebro. Habilidades comúnmente atribuidas al alma, como el razonamiento, la abstracción o la intelección se pueden perder o afectar al extirpar una parte del cerebro, dos mentes o almas surgen al cortar el cuerpo calloso y ¿qué pasa con el alma de los siameses que comparten una parte de su cerebro? ¿Son un alma, dos, tres? No tenemos contacto con ningún alma sin cuerpo, en cambio, tenemos mucha evidencia de que el alma cambia, si se afecta al cerebro. Todo esto nos lleva a pensar que hay una fuerte dependencia entre ambos, por lo que no es improbable pensar que, si cesa la actividad neuronal, cesa la actividad del alma.
Esto no significa que todos los problemas ya estén resueltos. Aún queda el asunto de cómo algo material, como el cerebro, puede producir algo inmaterial como la mente. Pero es sólo un problema, en comparación con los muchos que surgen cuando se postula un alma que subsiste sin el cuerpo. La idea, además, cuadra muy bien con la teoría de la evolución, el origen de la vida y el universo, así como con nuestras actuales teorías físicas.
Los argumentos de Platón sobre la inmortalidad
Hasta ahora se ha defendido la idea de que el alma surge del cerebro y muere con él, sin considerar los argumentos de los que defienden la inmortalidad del alma. Todo lo que hasta aquí se ha dicho es que la creencia de que el alma es separable del cuerpo y que subsiste sin él es improbable y lleva a complicaciones innecesarias. Pero quizás haya argumentos convincentes que nos demuestren lo contrario. Platón es una de las principales autoridades en la materia y sus argumentos a favor de la inmortalidad del alma tienen muy buena reputación entre los filósofos, por lo que habrá que analizarlos con detenimiento.
El argumento de la reminiscencia se basa en la teoría de las ideas de Platón y en que el alma existía antes de estar en el cuerpo. Básicamente afirma que, si recordamos algo que no teníamos por qué saber, eso prueba que lo obtuvimos en otro lugar. Por ejemplo, una persona que jamás ha estudiado geometría no tendría por qué saber el teorema de Pitágoras. Platón, sin embargo, en uno de sus diálogos nos muestra cómo haciendo las preguntas adecuadas una persona así puede llegar a recordar este saber. ¿Y cómo pudo recordar ese saber si jamás había visto geometría? La respuesta de Platón es que lo recuerda porque lo sabía desde antes, había adquirido ese conocimiento en otro lugar: en el mundo de las ideas. Cuando se analiza esta supuesta demostración, sin embargo, lo que encontramos es que lo que Platón llama reminiscencia se parece más a un proceso de pensamiento llamado inferencia, en el que se hace explícita una información que se encontraba implícita en otros elementos. Si tenemos mejores razones, y de hecho las tenemos, para aceptar que el ignorante en geometría puede inferir el teorema de Pitágoras a partir de un conocimiento que adquirió en este mundo, el argumento de la reminiscencia no funciona y debemos concluir que todo lo que sabemos lo adquirimos aquí.
El argumento más débil es el de los contrarios. Aquí Platón incurre en una petición de principio, es decir, incluye, entre sus premisas, que el alma es inmortal o que continúa viviendo por fuera de este cuerpo, para luego poder afirmar que las almas van y vienen, entrando y saliendo de los cuerpos. Se requiere suponer que el alma es inmortal para luego poder hablar de cuerpos vivos y cuerpos muertos, de almas encarnadas y almas desencarnadas, como lo hace este argumento. No es el más afortunado de ellos.
El argumento del principio vital dice que puesto que el alma es el principio de la vida no puede morir, porque entonces no podría dar vida. En otras palabras, lo que da vida tiene que estar vivo y no puede morir. Esto es falso. Un organismo unicelular está vivo, pero sus componentes no lo están. Y podría ser que en el reino de las almas desencarnadas ocurriera lo mismo. El principio vital podría no estar vivo, así que Platón tiene que demostrarnos no sólo que el alma es principio de vida, sino también que está viva. Pero, incluso si está viva, debería probar, además, que su vida no se acaba. Bien podría ser que la vida se acabara y el alma dejara de existir o bien que siguiera existiendo, pero sin vida. Por otro lado, debemos examinar qué quiere decir Platón cuando dice que el alma está viva. No se trataría del concepto biológico de vida que actualmente usamos, pues este se aplica a organismos que nacen, crecen, se reproducen y mueren y obviamente el alma inmaterial no hace nada de esto o, al menos, si es inmortal no muere. Así que la palabra “vida” debe significar algo diferente para él. Lo anterior nos muestra que el argumento del principio vital está lleno de supuestos sin demostrar, por lo que es difícil que lo aceptemos sin más.
Algunos podrían creer que el argumento más prometedor es el de la simplicidad. Se trata, sin embargo, de un argumento ambiguo y lleno de supuestos. Veamos. El argumento básicamente dice que solo lo que tiene partes se puede destruir, puesto que el alma es simple (no tiene partes), por lo tanto, el alma es inmortal. En este argumento Platón parece equiparar la indestructibilidad con la inmortalidad. Pero esta equiparación es cuestionable. Que algo sea inmortal significa que tiene vida perpetua. Evidentemente, puede concebirse algo indestructible que, sin embargo, no tenga vida o, mejor aún, no tenga vida perpetua. Si lo anterior es correcto, entonces, el argumento de la simplicidad no logra establecer que el alma es inmortal, sino que es indestructible al ser simple. La cuestión de si el alma tiene vida o no y si le dura perpetuamente, es algo que queda sin tratar en este argumento.
Tratemos, sin embargo, de construir un argumento de inspiración platónica que demuestre la inmortalidad del alma. En primer lugar, tendremos que modificar el concepto de vida por las razones que ya vimos más arriba. Lo que Platón entiende por vida debe ser algún tipo de “actividad” autoproducida (entre comillas porque esa actividad para Platón en realidad es receptividad, que parece ser algo más pasivo). Según él las almas, antes de quedar atrapadas en un cuerpo, se encuentran captando las ideas. Por lo que podemos aceptar, sin problema, que la actividad propia del alma es la captación. ¿Pero es esa actividad autoproducida o hay algo externo que la produzca? Si seguimos a Platón tendremos que aceptar que el alma es captación autoproducida y con ello tenemos, pues, la primera parte de nuestro argumento.
La segunda parte del argumento tendría que explorar si esa actividad de captación es perpetua o si se acaba. Supongamos por un momento esto último. Habría dos maneras de interpretarlo. En la primera de ellas, la captación cesa, pero el alma continúa existiendo. No sería inmortal, pues al cesar su actividad, cesaría su vida; seguiría existiendo, pero muerta. Bajo esta perspectiva, el alma es distinta de su actividad y lo que habría que hacer para demostrar la inmortalidad es que esta actividad no cesa. También debería explicarse en qué consiste el alma cuando está muerta. ¿Tiene partes? ¿Tiene alguna estructura? ¿Qué es lo que queda cuando cesa la actividad?
En la segunda interpretación si la actividad del alma cesa, el alma deja de existir. En este caso no ocurre lo mismo que en el primero. En el primero el alma seguía existiendo, pero estaba inactiva, es decir, muerta. En este caso, que la actividad cese, implica que el alma desaparece. Así, no hay distinción entre el alma y su actividad y nos evitamos el problema de explicar qué queda cuando la actividad cesa. Sin embargo, al igual que en el caso anterior, la inmortalidad del alma consistiría en que su actividad es perpetua. ¿Cuál de las dos interpretaciones sería la mejor para reconstruir nuestro argumento? Evidentemente, la segunda, pues nos evita el problema de explicar qué es o cómo es el alma cuando no está activa. Nos queda, entonces, el problema de demostrar que la actividad de captación del alma es perpetua. ¿Cómo se puede resolver este problema?
Dijimos al principio de este ensayo que el alma podía entenderse como mente y que la mente era inmaterial, que tenía varias facultades, que era intencional (por lo tanto, que tenía un yo y un contenido). Esta no es, sin embargo, la forma como Platón entendía el alma. En primer lugar, ni para Platón, ni para la mayoría de los griegos, lo captado, percibido o deseado (el contenido intencional) formaba parte del alma. En segundo lugar, para Platón no es lo mismo un alma dentro de un cuerpo, que un alma sin cuerpo. El alma dentro de un cuerpo tiene partes: la parte racional (la que se encarga de captar), la concupiscible (la de los deseos y placeres) y la irascible, la de las emociones nobles y fuertes. El alma sin cuerpo sería solo la parte racional, es decir, la parte que capta.
Teniendo en cuenta lo anterior, podríamos entonces, retomar el asunto de la simplicidad. El alma, libre del cuerpo, sería una acción simple: la pura captación. Y con esto tendríamos la segunda parte del argumento: el acto de captar es simple. Solo faltaría hacer una pequeña adaptación terminológica para darle más consistencia al argumento. En lugar de decir que lo simple es indestructible, podríamos decir más bien que es perpetuo, que no puede dejar de existir. De esa manera nuestro argumento de inspiración platónica quedaría así:
P1: Lo simple es perpetuo (no puede dejar de existir)
P2: El alma es simple
Conclusión A (de P1 y P2): el alma es perpetua
(no puede dejar de existir)
D3: El alma es actividad captadora
autoproducida
Conclusión B (de conclusión A y P3): la
actividad captadora es perpetua
Este argumento establece que la acción de captar no puede cesar porque su simplicidad se lo impide. Y esto es lo que significa que el alma sea inmortal. Para echarlo por tierra habría que cuestionar las premisas 1 y 2 o la definición 3. Echar por tierra la premisa 1 no es sencillo y la definición 3 parece ser la mejor reconstrucción de la afirmación “el alma tiene vida”; la premisa 2 es la que resultaría más problemática, aunque la simplicidad de la captación parece evidente. Es importante señalar, sin embargo, que el argumento supone, no demuestra, que el alma es separable del cuerpo. Además, contradice algunas partes de la filosofía de Platón, por ejemplo, su afirmación de que las almas tuvieron un origen o que las almas malas, al separarse del cuerpo, tienen un destino distinto al de contemplar las ideas. Tomando distancia de él, el argumento tiene sus propias ventajas, resuelve problemas como el destino del alma una vez libre del cuerpo o lo que estaba haciendo antes de que quedar atrapada en un cuerpo, en ambos casos: contemplar las ideas.
No hay que ser muy optimistas en todo caso. El argumento deja muchas preguntas sin responder. ¿Por qué el alma queda atrapada en el cuerpo? Si las almas son inmateriales, es decir, no son espaciales y, además, son eternas ¿qué distingue a un alma de otra cuando no están atrapadas en un cuerpo? ¿Cómo y por qué el alma simple se vuelve compuesta al entrar en un cuerpo? ¿Y si no se vuelve compuesta cómo es que adquiere otras facultades que no tenía originalmente? ¿Cómo puede lo inmaterial actuar sobre lo material y viceversa? ¿Cómo podemos detectar un alma que esté por fuera de un cuerpo? Es decir, la inmortalidad genera más problemas para resolver; dar una solución bien argumentada a esos problemas no es tarea fácil y es difícil ver la necesidad de hacerlo cuando tenemos una solución más sencilla que no genera tantas dificultades, a saber: que el alma es inmaterial, nace con el cuerpo y muere con él.
Origen
de la creencia en la inmortalidad y separabilidad
La mejor solución entonces, por su simplicidad y capacidad para articularse con las teorías científicas, parece ser la de que el alma es mortal y depende del cuerpo. Queda por salvar el problema de cómo el cuerpo produce el alma, aunque la cuestión de su dependencia parece estar resuelta. Suponiendo, pues, que esto sea así, cabe preguntarse cómo y por qué el ser humano llegó a la idea de que puede existir un alma sin cuerpo y que dura eternamente, para entender también por qué, a pesar de que tenemos buenas razones en contra, la gente persiste en esta creencia.
El primer elemento clave para creer en la inmortalidad del alma es establecer su separabilidad del cuerpo. Hay varios caminos que pueden llevarnos a esta conclusión. En uno de ellos el cuerpo de las personas se nos aparece en sueños y creemos así que hay algo separable del cuerpo normal. Y este cuerpo continúa apareciendo cuando el otro deja de existir. De ahí que concluyamos que el alma sigue existiendo sin el cuerpo. Otro camino para la separabilidad del alma es a través de la atribución de propósito o agencia a ciertos eventos de la naturaleza. Así se llegó a creer que había varias entidades distintas, invisibles vagando por ahí, que de cuando en cuando decidían manifestarse empujando la vela de un barco, moviendo un árbol, susurrando a través de una caverna. El siguiente paso consistiría en creer que esas entidades invisibles son, en realidad, familiares, enemigos poderosos, líderes importantes, cuyos cuerpos perecieron pero que continúan entre nosotros de esa otra forma.
La cuestión de la inmortalidad, por su parte, tendría que ver más con el deseo de las personas de sentir la presencia de sus familiares o líderes queridos. Podemos pensar que el alma es separable del cuerpo y, aun así, creer que en cualquier momento puede morir. ¿De dónde surge, pues, la idea de que no muere? Detrás de esto hay razones emocionales: no es fácil enfrentar la pérdida de los seres queridos, superar la soledad, la sensación de inseguridad y desprotección con la partida de ellos. Así, pues, creer que siguen existiendo indefinidamente ofrece un consuelo, un alivio a aquellos que han perdido a sus familiares. También le ofrece salida al que ve en la muerte la pérdida de todos los esfuerzos individuales y colectivos, al que considera que la vida no vale la pena puesto que vamos a morir, que da lo mismo vivir 5 o 100 años, esforzarse por algo o no hacerlo, porque al final todo acabará Solo la eternidad puede darle sentido a alguien así, solo eso le quita la idea de que la vida es un desperdicio.
Así, pues, se combinan ambas cosas: la idea de que el alma subiste sin el cuerpo con el deseo de que siga viviendo indeterminadamente, para dar origen a la inmortalidad del alma. Estas ideas pasan a formar parte de las creencias religiosas y luego, en un estado de desarrollo posterior, la filosofía y las matemáticas las hacen sofisticadas defendiéndolas con argumentos complejos que les dan más credibilidad. De ese modo el alma termina convirtiéndose en algo inmaterial, de duración infinita, capaz de captar las nociones más abstractas y las aspiraciones más nobles y sublimes. La idea de alma inmortal recorre así dos caminos: una entre los académicos y científicos que la combinan con las teorías del momento y otra entre la gente del común que la mezcla con historias de misterio, milagros y maravillas.
A parte de las razones personales, hay, también, razones sociales y políticas para esforzarse en que la creencia en la inmortalidad del alma no sea abandonada. La religión y el poder han ido siempre de la mano. A través de la educación inculcan y perpetúan estas ideas con el fin no sólo de mantener la identidad cultural, sino de usar esta para controlar a la gente. La idea de un alma que es eternamente castigada por su mal o que, por el contrario, es premiada por su humildad y obediencia, es un ejemplo de ello. La inmortalidad del alma no viene sola, sino con historias que la usan para inculcar miedo o esperanza, apoyar ideas y sustentar guerras. No es fácil por lo tanto abandonar esas ideas. Sería emocionalmente muy fuerte para la gente, en especial para aquellos que se aferran a la existencia de sus seres queridos o a su propia existencia. Y sería una afrenta para los poderes que están detrás de esas ideas usándolas en su beneficio. Estas, sin embargo, son razones emocionales y políticas, no tienen que ver con la verdad. Si de verdad se trata, hay una cosa clara: un alma mortal nos facilita las cosas, una inmortal, nos la complica y a la verdad le gusta la simplicidad.
GERMÁN
VALENCIA
Estimado lector. Si vas a usar este trabajo cita su fuente. Este artículo fue escrito por Germán Alberto Valencia Guzmán. Filósofo de la Universidad Nacional de Colombia. Magister en Educación con énfasis en lenguaje de la Universidad Externado de Colombia.
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